Iván Ljubetic Vargas, historiador del Centro de Extensión e Investigación Luis Emilio Recabarren, CEILER
¡El Primero de Mayo! Fecha que no es
para nosotros un día de fiesta, sino un
día de protesta, un día de conjugación
para reiterar nuestros propósitos de
marchar a la conquista de la redención
del trabajo…”
(Luis Emilio Recabarren: periódico “El
Trabajo, Tocopilla, 9 de abril de 1905).
A fines del siglo XIX, Estados Unidos vivía el amanecer de la revolución industrial. Los trabajadores eran ferozmente explotados. Debían laborar jornadas de 14 y 16 horas diarias. Vivían en forma miserable.
Acortar la jornada una vieja aspiración
Desde 1827 hubo movilizaciones por reducir la jornada de trabajo. En ese año estalló una huelga de los carpinteros, vidrieros y albañiles en Filadelfia. Posteriormente, quince sindicatos de esa ciudad constituyeron la “Mechanics Asociations” y se editaron los primeros periódicos obreros.
Este ejemplo fue seguido en otros estados de EE UU. En 1845 se efectuó en Nueva York el Primer Congreso Industrial, donde se planteó la reducción de la jornada a 10 horas.
En 1868, el Congreso de Estados Unidos aprobó la Ley Ingersol, que establecía la jornada de 8 horas. Pero esta ley no fue cumplida por los capitalistas.
En 1873 el país fue azotado por una grave crisis económica. Quebraron industrias y aumentó la cesantía. Surgieron ollas comunes para los desocupados.
Se enfrentan las clases
El Congreso de Sindicatos, reunido en Chicago en 1898, exigió el cumplimiento de la ley de las 8 horas. Acordó como punto de partida de sus acciones el 1º de mayo de 1886. Comunicaron a los patrones que harían cumplir su resolución y que no transarían.
Reaccionaron los patrones. El “Chicago Times”, periódico de los capitalistas, escribió textualmente: “La prisión y los trabajos forzados son la única solución posible a la cuestión social. Hay que esperar que su uso se generalice”.
En las bases proletarias se creaban condiciones para cumplir el acuerdo del paro nacional fijado para el 1º de Mayo de 1886.
Pero, la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo, la principal organización de los obreros del país envió una circular a todas las organizaciones pertenecientes a ella, donde manifestaba: “Ningún trabajador adherido a esta central debe hacer huelga el 1º de mayo ya que no hemos dado ninguna orden al respecto”.
Este comunicado fue rechazado de plano por los proletarios de Estados Unidos y de Canadá, quienes repudiaron a los dirigentes de la Noble Orden por traidores al movimiento obrero.
El histórico movimiento de 1886
Fue así como el 1º de Mayo de 1886, hace 125 años, se iniciaron en Estados Unidos cinco mil huelgas. En ellas participaron más de 340 mil trabajadores.
¿Qué exigían los huelguistas? Los tres ocho: ocho horas de trabajo, ocho horas de reposo y ocho horas de educación. Sí, leyeron bien: ocho horas de educación. Y ello ocurría, hace más de un siglo atrás.
La masacre del 3 de mayo
En Chicago, importante centro industrial, la inmensa mayoría de los obreros adhirieron al paro.
Una industria de maquinarias agrícolas, la Cyrus Mac Cormick, despidió a todos sus operarios y contrató rompehuelgas.
El 3 de mayo de 1886, miles de trabajadores se instalaron ante las puertas de esa industria, con el fin de repudiar a los esquiroles. Estaban tranquilamente allí, cuando irrumpió la policía disparando a quemarropa. Seis obreros cayeron asesinados. Otros cincuenta quedaron heridos.
Los sucesos en la Plaza Haymarket
El 4 de mayo se convocó a un mitin de protesta contra la masacre del día anterior, en la Plaza Haymarket de Chicago. Se estaba reuniendo una impresionante cantidad de trabajadores, cuando la policía procedió a dispersarlos violentamente. Estalló una bomba en medio de los agentes, muriendo ocho de ellos. La fuerza represiva abrió fuego: cayeron 50 obreros.
Se decretó el Estado de Sitio. Fueron detenidos 31 dirigentes y periodistas proletarios. Se les responsabilizó del lanzamiento de la bomba.
Se inicia un monstruoso juicio
El 21 de junio de 1886 comenzó un proceso contra 31 trabajadores, cuyo número se redujo a ocho: August Spies (alemán, de 31 años de edad y profesión periodista), Albert Parsons (estadounidense, 39 años, periodista), Adolf Fischer (alemán, 30 años, periodista), Louis Linng (alemán, 27 años, carpintero), Samuel Fielden (inglés, 34 años, pastor metodista y obrero textil), Oscar Neebe (estadounidense, 36 años, vendedor), Michael Schwab (alemán, 30 años, tipógrafo) y Georg Engel (alemán, 50 años, tipógrafo).
En el desarrollo del juicio los acusados se transformaron en acusadores del injusto y cruel régimen capitalista.
Por ejemplo, August Spies dijo: “Honorable juez, mi defensa es su propia acusación, mis pretendidos crímenes son su historia… Puede sentenciarme, pero al menos que se sepa que en el estado de Illinois ocho hombres fueron sentenciados por no perder la fe en el último triunfo de la libertad y la justicia”.
Una mexicana llamada Lucy Parsons
Dos mujeres fueron protagonistas conmovedoras de la campaña por salvar la vida de los sentenciados.
Una de ellas fue Lucy Parsons. Su nombre de soltera era Lucía Eldine González. Había nacido en Texas en 1853, pocos años antes que Estados Unidos arrebatara ese y otros estados a México. Conoció al obrero Albert Parsons. Se casaron en 1871. Tuvieron dos hijos. Se fueron a vivir a Chicago en 1873. Allí ella abrió una pequeña tienda de ropa y él laboraba en un taller de impresión.
Lucy Parsons estudió. Compartía los ideales libertarios de su esposo. Se transformó en una luchadora social. Ayudó a formar la Unión de Mujeres de Chicago. Escribía artículos en los periódicos obreros. Participó en las acciones del 1º de mayo de 1886.
Cuando su compañero fue detenido, recorrió todos los sindicatos obreros de la ciudad impulsando a los trabajadores a salir a la calle a presionar a las autoridades, a gritar su protesta. Consiguió que la siguieran hasta las puertas de la cárcel a exigir la libertad de los líderes obreros.
Después del crimen de Chicago, continuó luchando por la causa proletaria hasta su muerte.
En medio de la lucha de clases, el amor
Durante el juicio, en medio de tantas falsas acusaciones y de la intrépida defensa de los dirigentes, floreció también el amor.
Una adinerada y hermosa joven de la alta sociedad, llamada Nina van Zandt, concurrió a las sesiones, que eran públicas, movida por la curiosidad de ver a aquellos terroristas acusados de tantos crímenes. Los escuchó sorprendida, primero; admirada, después.
abía tanta verdad en sus argumentos, tanta pasión, tanta elocuencia, tanta honestidad e inteligencia, que se sintió atraída por esos dirigentes obreros. Especialmente la cautivó uno: August Spies. Lograron conversar. Se enamoraron. Y decidieron casarse en la cárcel, al pie del patíbulo. El matrimonio se efectuó en el interior de la cárcel con dos familiares y cuatro gendarmes por testigos. Nina fue a suplicar de rodillas clemencia al gobernador para su amado. Intentó hablar con el Presidente de la República. Todo fue inútil. Spies fue ejecutado junto a sus compañeros.
A partir de entonces la bella Nina se convirtió en una revolucionaria. Su pasión por la libertad, su odio a los explotadores, su adhesión a los trabajadores no la abandonó hasta el fin de sus días.
Condena y solidaridad internacional
El fiscal de la causa no logró presentar pruebas concretas que vincularan a los acusados con el lanzamiento de la bomba. Ello no fue impedimento para que, con fecha 30 de agosto de 1886, el Tribunal de Chicago condenara a los ocho a morir en la horca.
Al conocerse la noticia, los sectores progresistas de la tierra levantaron una ola de indignación. Desde muchos lugares del mundo se demandó el respeto del derecho a la vida de los 8 dirigentes.
Y la solidaridad internacional, cuya importancia los chilenos comprobamos en los oscuros días de la dictadura, salvó la vida a tres dirigentes. A Michael Schwab y Samuel Fielden, se les conmutó la pena de muerte por cadena perpetua; a Oscar Neebe, por 15 años de cárcel.
En el patíbulo
Se fijó como día para cumplir la condena de los otros cinco, el 11 de noviembre de 1887. Pero en la víspera, en la noche del 10 de noviembre, Louis Ling, el más joven de los dirigentes, se suicidó haciendo estallar un cartucho de dinamita en la boca.
El 11 de noviembre de 1887 llevaron al patíbulo a: Augusto Spies, George Engel, Alberto Parson y Adolfo Fischer. Los cuatro enfrentaron la muerte valiente y serenamente. Sabían que eran inocentes y que se les ahorcaba como una forma de atemorizar a los obreros estadounidenses. Cada uno pronunció unas palabras antes de ser colgado. Por ejemplo, Augusto Spies proclamó: “Salud tiempo, en que nuestro silencio será más poderoso que nuestras voces hoy sofocadas por la muerte”.
El testimonio de José Martí
El patriota y poeta cubano José Martí fue testigo presencial de lo acontecido ese 11 de noviembre de 1886 en Chicago. En un reportaje enviado al periódico “La Nación”, de Buenos Aires, escribió:
“… salen de sus celdas. Se dan las manos, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro… Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el de Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha… Les bajan las capuchas, luego una señal, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable…”
Más adelante añade José Martí: “En procesión solemne, cubiertos los féretros de flores, acaban de ser llevados a la tumba los cuatro anarquistas que sentenció Chicago a la horca, y el que por no morir en ella hizo estallar en su propio cuerpo una bomba de dinamita que llevaba oculta en los rizos espesos de su cabello de joven, su selvoso cabello castaño”.
El Día Internacional de los Trabajadores
En julio de 1889 tuvo lugar en París un Congreso de la II Internacional. En éste se resolvió conmemorar cada 1º de Mayo el Día Internacional de los Trabajadores, en homenaje a los Mártires de Chicago.
El 1º de Mayo de 1890 se organizaron en varios países de Europa y América manifestaciones de masas, huelgas y mitines obreros reivindicando la jornada de 8 horas y el cumplimiento de otros acuerdos del Congreso.
A partir de entonces los trabajadores de todos los países conmemoran anualmente el 1º de Mayo como jornada combativa de las fuerzas revolucionarias y de solidaridad internacional del proletariado.
La tardía y cínica reivindicación
En 1893, el fiscal que había llevado la causa contra los 8 dirigentes, confesó, en su lecho de muerte, que fueron falsos todos los cargos contra ellos. Entonces la “justicia” burguesa sin sentir vergüenza alguna, decretó la libertad de los tres detenidos y “reivindicó públicamente” a los otros cinco.
El crimen de Chicago no sólo costó la vida de esos cinco. Fueron asesinados y heridos cientos de trabajadores. También otros miles perdieron sus puestos de trabajo, sufrieron arresto, encarcelamiento, torturas. La mayoría eran inmigrantes: alemanes, italianos, españoles, rusos irlandeses, judíos, polacos…
Ninguno de ellos fue reivindicado.
El 1° de Mayo en Chile
En Chile se conmemoró por primera vez el Día Internacional de los Trabajadores en 1892, con un acto realizado en la Plaza de la Justicia de Valparaíso, organizado por el Partido Demócrata. En esa ocasión, el dirigente de ese partido, Agustín J. Leiva hizo un breve alcance sobre el significado de esta fecha e invitó a la clase obrera a unirse a fin de que “el rico ceda lo que por derecho y razón nos pertenece”.
El más antiguo manifiesto del 1° de mayo
Al año siguiente, con fecha 29 de abril de 1893, el periódico “El Obrero”, de La Serena, publicó el más antiguo Manifiesto del 1º de Mayo conocido en Chile. Su autor, Luis Peña y Lara. Allí se decía:
“Trabajadores y obreros demócratas de Chile: Hoy es el día en que el pueblo hambriento y desnudo formula enérgica protesta contra el orden de cosas existente, contra la organización actual de la sociedad.
Ese grito de protesta lanzado por el oprimido que trabaja y nada tiene, es universal: no reconoce ni fronteras ni razas ni nacionalidades, y donde quiera haya explotados y explotadores, víctimas y verdugos, se presiente la formidable lucha de la igualdad económica contra la tiranía política; de la libertad social contra las usurpadas regalías de la nobleza; del egoísmo de las clases privilegiadas contra la fraternidad y contra la soberanía augusta del pueblo entero…
Para realizar este gran pensamiento de la unificación de la familia proletaria bajo un estandarte de mutua solidaridad, los obreros proletarios han consagrado como día de protesta universal, la fecha clásica del 1º de Mayo…”
Recabarren y el 1° de Mayo
Con fecha 9 de abril de 1905, Recabarren escribió en “El Trabajo”, de Tocopilla: “¡El Primero de Mayo! Fecha que no es para nosotros un día de fiesta, sino un día de protesta, un día de conjugación para reiterar nuestros propósitos de marchar a la conquista de la redención del trabajo…”
En Chile, durante 40 años, hasta 1931, el 1 de mayo no era feriado. Los obreros que participaban en los actos del Día Internacional de los Trabajadores debían paralizar sus labores.
Por eso, Recabarren –que fue un permanente impulsor de los actos del 1º de Mayo- escribió en “El Pueblo Obrero”, de Iquique, con fecha 4 de abril de 1907: “… Todos los elementos que ya comprenden la gran significación del 1º de Mayo, deben, con tiempo, inducir a los trabajadores a no trabajar en ese día. Es el domingo obrero. Las fábricas deben paralizarse, las maquinarias deben estar muertas, silenciosas; los campos desiertos; en los talleres no debe moverse una herramienta; en la calle no debe haber tráfico de vehículos, los tranvías, los carretones, los carruajes, los ferrocarriles, todo debe descansar ese día.
Es un solo día en el año. Un solo día, el que queremos sea nuestro, propio, exclusivo de los obreros del mundo”.
En los tiempos de Recabarren
Relata el líder del magisterio César Godoy Urrutia: “En Santiago, los actos del 1º de Mayo siempre se realizaban en la Alameda de las Delicias, levantado muchas tribunas –porque no había amplificadores- ocupando muchas cuadras cerradas de gente. En primer lugar tenían un sentido de protesta y este día no se movía una rueda en la ciudad, no salían ni los autos particulares, era un paro absoluto. Entonces todos los trabajadores participaban en los mítines. Generalmente se hacían de mañana. Llegaban columnas, grupos con sus estandartes, sus leyendas. En las tribunas, que se levantaban hablaban allí un comunista, por otra parte un anarquista, era posible que lo hiciera también algún católico y la mayor parte de las veces terminaban en sablazos de la policía que era bastante brava. Más de una vez hubo muertos y heridos, que fueron recogidos de las calles”.
El Programa de 1910
En ese año los diarios anunciaban el extenso programa que había preparado la Comisión del Primero de Mayo, constituida para esos efectos.
“PROGRAMA: Día 30 de abril, 8,30 p.m.: Gran velada en el teatro que la Sociedad Andrés Bello posee en la calle San Diego Nº 154.
Día 1º de Mayo, 9,30 a.m. Gran meetings al pie del Cerro Santa Lucía.
10,30 a.m. Desfile general de sociedades y el pueblo. La columna partirá desde el pie del cerro Santa Lucía, doblará por Ahumada hacia San Pablo, donde tomará hasta Matucana para ir a agruparse en el tabladito que hay frente al Portal Edwards. Aquí harán uso de la palabra varios oradores, durante diez minutos cada, sobre el tema de la manifestación.
8,30 p. m.: Conferencia y velada en el Teatro Andrés Bello. La conferencia estará a cargo del camarada Luis Emilio Recabarren y la parte dramática será desempeñada por el grupo “La Protesta” y presentará el drama “1º de Mayo”.
Concluirá el acto y las fiestas oficiales con las canciones La Internacional y el Himno de los Trabajadores”.
Recabarren echó mano a las melodías de moda, a las cuales ponía letra combativa. Por ejemplo, con la música del aria de la ópera Nabuco, creó el Himno al Primero de Mayo. En uno de sus versos decía:
“Despertad, oh falange de esclavos!
de los sucios talleres y minas,
los del campo, los de las marinas,
tregua, tregua al eterno sudor!”
El último 1° de mayo de Recabarren
Relata Juan Vargas Puebla: “La concentración del 1º de mayo de 1924 se efectuó en la Alameda en el monumento de Bernardo O’Higgins. Fue un acto unitario, organizado por un comité formado por la FOCH, la IWW (anarcosindicalistas), la Confederación General de Trabajadores (anarquistas), el Partido Comunista y el Partido Democrático. Se habló en la cola del caballo de O’Higgins. Todos los oradores señalaron la importancia de la unidad.
En 1924, el 1º de mayo no era feriado, la gente para acudir al acto debía abandonar el trabajo. No había parlantes.
Por entonces yo era secretario general de la Unión Juvenil de la IWW. Éramos unos 80 muchachos.
Terminada la concentración, me fui desfilando detrás de la FOCH y de Recabarren –llevando la bandera de la Unión Juvenil- hasta la Plaza Vicuña Mackenna. Allí Recabarren subió a un muro y pronunció otro discurso.
Después marchamos hacia el local de la FOCH, en Agustinas esquina con Tenderini. Era una casa vieja. Allí se imprimía el periódico de la FOCH y “Justicia” del Partido Comunista. Por calle Agustinas la casa tenía un balconcito. Recabarren se subió allí y habló. Sin que nadie me lo pidiera y sin autorización alguna, yo hice lo mismo en nombre de los jóvenes de la IWW. Los presentes, casi todos comunistas, me aplaudieron. Era la primera vez que hablaba en público.
Al bajar, Recabarren me puso la mano en la cabeza y me dijo: ‘Bien muchacho, muy bien…’ Fue la segunda y última vez que vi vivo a Recabarren.”
Luis Emilio Recabarren se suicidó el 19 de diciembre de 1924. Sus funerales fueron una multitudinaria manifestación de dolor y de cariño hacia el fundador del Partido Comunista y padre del movimiento obrero chileno.