HOMENAJE DEL CEILER A CAMILO GUZMÁN SANDOVAL A UN AÑO DE SU PARTIDA FÍSICA
Iván Ljubetic Vargas, historiador del Centro de Extensión e Investigación Luis Emilio Recabarren, CEILER
“Hay hombres que luchan un día
y son buenos.
Hay otros que luchan un año
y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años
y son muy buenos.
Pero hay quienes luchan toda la vida,
esos son los imprescindibles”
(Bertolt Brecht)
Camilo nació en Temuco el 30 de diciembre de 1940. Posteriormente, su familia se trasladó a Punta Arenas. En esa austral ciudad, cursó el 5º y 6º de Humanidades. A mediados de los años 50 regresó a la capital de la Frontera. Estudió en Centro Universitario Temuco de la Universidad de Chile. Ingresó a la Juventudes Comunistas, a la edad de 16 años. Por entonces nos conocimos, pues yo era el Secretario Político del Comité Regional Cautín de la Jota. Participamos juntos en diversas actividades.
Retornó a Punta Arenas en 1963. Ejerció como profesor en el Liceo de Niñas y en la Escuela Nº 6 Yugoslavia (hoy Croacia).
Después del golpe del 11 de septiembre de 1973 fue detenido. Salió al exilio en Alemania Federal. Residió en Francfort. Allí nos reencontramos.
Desde su llegada al destierro, Camilo desarrolló enorme actividad. Militó en una célula del Partido en Francfort. Fue uno de los fundadores de la Kinderhilfe Chile, institución de ayuda al niño chileno, que se multiplicó por toda Alemania Federal. Trabajó con el ASK, el Comité de Solidaridad Antifascista de la República Federal Alemana y con la Iglesia de ese país.
Participó, como todos los militantes comunistas en el exilio, en la grandiosa tarea de contribuir a financiar la lucha contra la dictadura en Chile, levantando la combativa empanada como un símbolo contra Pinochet.
En 1983, estando yo como Encargado del Coordinador del Partido Comunista de Chile en la Alemania Federal, Camilo fue elegido secretario de organización de ese Coordinador. Una vez más me correspondió trabajar con él. Desarrolló un sacrificado trabajo. Visitábamos cada fin de semana una de las 20 células que existían en ese país, siempre en su automóvil y él conduciendo. Esto durante seis años. En los calurosos días de verano, en los crudos inviernos, con mucho hielo y nieve en los caminos. En la bella primavera, con su tormentas imprevistas. En el otoño de hojas caídas.
Recuerdo que en más de una vez, enfrascados en conversaciones (en ocasiones discusiones subidas de tono) sobre el trabajo del Partido, nos equivocábamos de autopista. Estábamos totalmente perdidos.
– “Camilo –le decía yo- tú tienes la culpa ¿y qué hacemos ahora?, ¡vamos llegar atrasados a la reunión!”
-“Ivancito (siempre me dijo así), ten fe, Dios siempre ayuda a los buenos”. Y, después de meternos en alguna ciudad, retornábamos a la vía que nos llevaría a la reunión programada. Acelerando, a mata caballos, llegábamos a tiempo a encontrarnos con los compañeros que nos estaban esperando.
En otras ocasiones llegábamos a ciudades, que no conocíamos y que, por tanto, no teníamos ni la más mínima idea donde estaba la dirección indicada. Eso nos ocurrió, por ejemplo, en la ciudad de Mannheim, donde las calles en vez de nombre, tienen número. Dábamos vueltas y vueltas. Parece que, de verdad estábamos en el equipo de “los buenos” según la calificación de Camilo, porque de pronto nos encontrábamos frente a la dirección requerida. Entonces Camilo con una sonrisa llena de satisfacción y con una chispa de picardía en sus ojos, me decía: “Ves, Ivancito, como Dios ayuda a los buenos”.
Camilo retornó a la Patria en 1990. Se estableció en Ñuñoa, realizando desde su llegaba una admirable labor. De inmediato se incorporó al Partido, a la célula Santiago Aguilar, en la cual también militó el compañero Luis Corvalán, el más grande dirigente comunista chileno después de Luis Emilio Recabarren.
Con Marcia regresamos a Chile desde el exilio, el martes 23 de octubre de 1990. En el aeropuerto nos esperaban familiares y compañeros. Entre ellos, Camilo. Nos llevó en su automóvil hasta el domicilio donde nos quedaríamos por algún tiempo: Simón Bolívar 1862. Al despedirnos me dijo: “Ivancito, por lo pronto, descansa. El próximo domingo te pasaré a buscar a las 9,30 de la mañana, para que concurramos al Caupolicán. Hay un acto del Partido”.
Como siempre, cumplió Camilo. A las 9,30 horas del domingo 28 de octubre de 1990 me pasó a buscar y nos fuimos al Caupolicán. Fue así como gracias a Camilo, comencé mis actividades revolucionarias en Chile, a cinco días de haber retornado. Concurrí a un gran acto, lleno de banderas rojas. Ese magno evento era para celebrar la legalización del Partido Comunista de Chile, después de la dictadura fascista, en la cual un tal Pinochet, junto a antidemocráticos civiles y militares, pretendieron borrarnos de la faz de la tierra. Resonaron ese 28 de octubre de 1990 los “y que fue…y que fue, aquí estamos otra vez”, las canciones revolucionarias, consignas y La Internacional. Ambos estábamos, como otros miles, plenos de alegría y emoción.
Camilo fue por largo tiempo, hasta el año 2002, miembro del Comité Comunal Ñuñoa del Partido Comunista. Ocupando diferente cargos, entre ellos, como brillante Secretario Político. Entre sus obras, estuvo fundar “La Comuna”, órgano oficial del Comunal Ñuñoa del Partido Comunista.
En los años 1992 a 1996, durante el período del Alcalde Pablo Vergara Loyola, entonces militante del Partido Humanista, Camilo se desempeñó como responsable de la educación comunal. Su eficiente y creadora labor es recordada por los maestros de ese tiempo.
Tengo frente a donde escribo estas líneas colocada una foto. Estamos con Camilo. Ambos con una copa de vino en la mano. Fue para un cumpleaños de mi querido camarada. Éste siempre me echaba tallas porque yo no bebo bebidas alcohólicas. Ese día preparó discretamente a alguien que nos tomara una foto y luego me dijo:
-Ivancito, estoy de cumpleaños y tienes que hacer un brindis conmigo. Me pasó una copa de vino. En ese momento brilló un flash. Quedó inmortalizada la alegre sonrisa y la pícara mirada de un feliz Camilo, que me hizo “pecar” en un día de su cumpleaños. Yo estoy mirándolo, contagiado con su alegría. Más atrás, sentada, se ve a Marcia, que sonríe ante la gracia del cumpleañero.
Camilo terminó sus días militando en nuestra célula, la Julieta Campusano.
Desde la fundación del CEILER se constituyó en un pilar de sus actividades e infaltable conductor de los eventos.
Habían pasado 37 años de ese acto del 28 de octubre de 1990, cuando con Camilo y otros compañeros acordamos asistir juntos el domingo 23 de abril de 2017. Otra vez al Caupolicán, para celebrar una nueva y exitosa legalización de nuestro Partido. Pero en esa ocasión concurrimos sin la compañía física de Camilo. Su noble corazón de comunista había dejado de latir, tres días antes, el jueves 20 de abril de 2017.
El masivo y hermoso velatorio, contó con la presencia de muchos amigos y compañeros, entre estos, una delegación del Pleno del Comité Central del Partido Comunista de Chile, que en ese momento se realizaba. Fue una demostración del cariño y respeto que se ganó el revolucionario llamado Camilo Guzmán Sandoval.
Porque Camilo fue un recabarrenista ejemplar. Responsable, valiente, estudioso, con un profundo y positivo espíritu crítico. Firme en la defensa de los principios marxistas- leninistas dentro y fuera del Partido. Duro con el enemigo de clase. Fraternal, respetuoso y tierno con sus compañeros. Generoso y solidario. Leal amigo. De gran llegada con los aliados y con todos los que estaban en su entorno. Trabajador incansable. De gran sentido práctico. Sencillo y modesto. Un evolucionario a carta cabal. Y, sin lugar a dudas, un imprescindible, que luchó toda su existencia.
En nombre y representación del Directorio del CEILER, proclamamos:
¡Honor y gloria a Camilo Guzmán Sandoval, consecuente heredero de Luis Emilio Recabarren!